15 de gener del 2009

Amanecer


Porque un día cierras el cajón, ése en dónde guardas viejas fotos y regalos, y abres la puerta corredera y, tal vez, blindada. Escuchas la luz del alba descender por la ladera de una montaña hasta entonces desconocida. Es breve el instante en que se observa la lucha encarnizada, la batalla perdida de antemano por la sombra nocturna que, al ocaso, toma venganza en un cíclico subir i bajar por cuestas más cementadas que arboladas. Te conviertes en espectador casual, ante un café, pierdes diez segundos en este diálogo, más bien monólogo, visual. Tu realidad se encierra en ese horizonte discontinuo que envuelve un paisaje de gris verticalidad, de rota y magullada armonía. I al borde, la fantasía, el eterno refugio sólo tuyo, único propietario y, a la vez, heredero. Juez y acusado en un mismo trono, un mundo paralelo, un exilio de los sentidos más elementales.

Retornas al mundo, al del inequívoco hoy, cerrado el cajón y abierta la puerta. Descubres cada minuto como si fuera el primero, claro está, del que guardes un vano recuerdo. Envuelves cada momento de su oportuna felicidad y desenrollas la alfombra, por no decir costumbre, que toque. Una conveniencia, y a la vez convivencia, matizada por el hoy y asentada en el ayer; fijado el objetivo de dar consistencia al mañana, a base de espontaneidad premeditada y sonrisas y esperanza e ilusiones que para nada rompen la corriente de este río vital en dónde, algún que otro salmón, se empeña en avanzar cuesta arriba.

Y, poco a poco, te das cuenta que la realidad, la tuya, la que cada uno conoce y experimenta, no es más que la que se busca y se desencadena desde ese otro mundo, el que nace al borde de un amanecer o en la oscuridad de una noche y un sueño, de dónde proviene cada palabra que pronuncias y cada sonrisa que diriges, el tuyo.

Así que sigues construyendo tu mundo, paralelamente y sin llamar la atención, con sus puentes y sus barrancos, cada uno en su debido lugar, no te vayas a equivocar. Y cierras cajones, abres puertas o ventanas, dejando de banda la aberración metafórica de las paredes, y la brisa te devuelve cada día un amanecer, una batalla que siempre podrás ganar si partes de ese mundo, el tuyo, el que crece contigo y toma la forma, y el nombre, y el signo de los deseos, cíclicos, como el diario baño de luz sobre la ladera de la montaña que, a fuerza de verlo, deja de ser un misterio.

[Arnald]