20 d’octubre del 2008

Las gotas del pasado

Así es como, poco a poco, ese trayecto en tren que empezó siendo la materialización de una huida necesaria, de un desarrimo obligado del mundo de Lorena, se convirtió en una especie de memorial, de recuerdo perenne de todos esos días que pasé junto a ella. Quería pensar que sería capaz de olvidar, de renunciar a todo aquello que, hasta entonces, me enseñó el verdadero y hondo significado del concepto de felicidad. Ahora veía abalanzarse sobre mí la sombra del desarraigo, de la pérdida trivial de unos sueños que no tenían cabida en ese lugar desconocido hacia donde me dirigía.

Como siempre, la escritura me proporcionó el soporte en el qué ordenar esa madeja de sentimientos, ese mundo interior que afloraba en mí con demasiada intensidad. Es cierto, el simple hecho de volcar sobre el papel frases y frases, conexas o inconexas, ha sido siempre un parapeto que me ha evitado caer, más de una vez, en la locura o en el trágico pesimismo inducido por esos momentos de transición en la vida de una persona. Entiendo la escritura como el creyente entiende la oración, la entiendo como ese instrumento que me acerca a mí mismo, que es capaz de dar una forma concisa a todo aquello que me sucede.

Así pues decidí dejar de lado los recuerdos y, en esos últimos kilómetros del trayecto, me puse a escribir absorto con la intención de llegar cuanto antes a mi destino.

[Arnald]


15 d’octubre del 2008

Pequeño

Poco a poco el tren fue dejando atrás las inmensas llanuras secas, los enebros y las encinas que, ante todo, conformaban el paisaje cotidiano de mi tierra. De pequeños solíamos caminar campo a través en los meses de verano, en busca de esa encina centenaria que recoge en su tronco nombres de varias generaciones. Buscábamos el cobijo de su sombra y, entre juegos y meriendas, el paraje se convertía poco a poco en testimonio inquebrantable de una nueva generación. Quién sabe si allí dónde iba encontraría encinas como ésta, quién sabe si sus habitantes esconderían, con avaricia, ese paraje en dónde uno puede reencontrarse con su infancia.

Lentamente, parece que uno vaya alejándose de su niñez. Cómo cuando estos últimos años bajaba al parque y, por un momento, me plantaba estupefacto al borde del arenal dónde cinco o seis niños jugaban despreocupados. En ese breve lapso de tiempo parecía que un fondo abismo se abriera entre ellos y yo; quizás era sólo el síntoma de un sentimiento de lejanía abominable o, tal vez, el simple deseo de volver a patalear con ellos. Ahora, en ese tren, me ahogaba con tan sólo pensar que, al pisar el andén de la estación hacia donde me dirigía, no quedaría ni rastro de mi infancia o no habría forma de reencontrarme con ella, al haber dejado atrás todos esos arenales que un día me vieron patalear. Ahí sentado parecía que, esta vez, me estuviera alejando con demasiada rapidez.

Y en ese instante se me ocurrió que quizás era por esta razón que Andrés, el argentino chiflado, se embarcaba cada tres o cuatro años en un ferry dirección Buenos Aires, respondiendo a esa necesidad de reencuentro con el niño que todos llevamos dentro. Y Lorena, que me sacaba a pasear cada tarde por el viejo camino de los almendros, no olvidaba jamás pasar por delante de la escuela en dónde creció cuando emprendíamos el camino de vuelta a casa. Yo mismo me encontraba buscando, ahora, esa vieja encina centenaria, ese testimonio de mi infancia, con la intención de arrancarla con mis propias manos de la tierra en dónde estaba enraizada y llevármela conmigo.

[Arnald]

Caminos perdidos

Habían pasado ya varias horas desde que el último rallo de sol asomó por el ventanal que daba al patio, bien encarado hacía al oeste y flanqueado por dos olivos centenarios que mi abuelo se empeñó en conservar cuando decidió construir la masía. Un pequeño foco iluminaba la entrada y, más allá, se adivinaba la tenue luz de las farolas de la calle mayor, más bien escasas, repartidas cada diez o quince metros y en dónde apenas se agrupaban dos docenas de viviendas. Esto daba lugar a una media oscuridad en medio de la noche en la que cualquier blanco se volvía gris, y en dónde el negro jugaba a ser el mero reflejo del cielo en noches sin luna. Era suficiente, me bastaba y nadie en el pueblo echaba en falta más luz o más farolas o más gente; con cien, o doscientas personas, uno se las arregla, pero más allá viene el bullicio, los coches arriba y abajo, los niños llorando y una alfombra de colillas en las calles adoquinadas. Ya hace tiempo que me cansé de la ciudad, del hastío frenético de su alquitrán recalentado por el sol y el caucho de los neumáticos, de la abrupta verticalidad de su horizonte que dejó de serlo. Un entresijo de calles y edificios envueltos todos de un halo negruzco de inconsistencias, empapado de carteles publicitarios, parkings subterráneos y centros comerciales que hacen todavía más irrespirable este revoltijo de civilización, esta madeja de caminos apresurados con destinos poco precisos.

[Arnald]



6 d’octubre del 2008

La meva illa

Ara que tot just arribo a formular
els interrogants vitals del meu camí,
començo a perdre’m vertiginosament,
com tothom, amb més o menys deler,
dins la recerca incansable del rumb difós
vers la meva Itaca particular.

[Arnald]

Ecosistemes

Dintre teu,

com el brogit dels estels incandescents
al cel rogenc dels vespres de maig,
neix un solemne crit de negació rotunda,
de discretíssim rebuig vers el betum urbà,

cau d’ignomínies i cares de lluç.

I encara llences amb extremada destresa
els còdols del raseret que corre vora el riu,
dibuixant cercles concèntrics al petit estanc
que semblen fugir de l’impacte fugaç,
del repicar perfecte del basalt
abans de submergir-se definitivament
entre capgrossos i líquens.

Dintre teu,

s’arronsa la necessitat de desfer-te,
irrevocablement i sense dilació possible,
de totes les estridències visibles i audibles,
del vertigen vertical del formigó armat
que sembla regalimar ingents gotes de suor
sota el reflex incandescent del sol de juliol.

Dintre teu,

no hi ha cabuda per un món tan perniciós,
que rega el cel amb singlots de fum,
estigma omnipresent de progrés i benestar,
impregnant, poc a poc, qualsevol racó
i sotmetent, al seu magnificent antull,
les línies de la vida de qualsevol ésser viu,

condemnats, ara ja tots,
a sobredosi creixent de civilització.

Dintre teu, dintre meu,
esperem encara poder descobrir
una fina veta de consciència
que ofegui aquesta allau
d’inconsistències, abans no perdem
l’esma i oblidem,
fins i tot, la remor dels rierols.

[Arnald]

5 d’octubre del 2008

Retalls quotidians d’un futur incert

Terreny urbanitzable
(Abans li deien Costa Brava)
Diuen que s’han trobat platges
submergides en ombres al juliol,
on un constructor poc previsor
aixecà gratacels per a turistes
sense parar-se a pensar
que calia, si més no,
una fina escletxa blava a l’horitzó.

[Arnald]

Descoberta fascinant
(El verd perdut)
Ahir al vespre l’avi es tornà boig,
quan anunciaren en roda de premsa
i amb els ulls com dues taronges
la troballa d’una rosella verge
a l’àrea metropolitana de Barcelona.

[Arnald]