15 d’octubre del 2008

Pequeño

Poco a poco el tren fue dejando atrás las inmensas llanuras secas, los enebros y las encinas que, ante todo, conformaban el paisaje cotidiano de mi tierra. De pequeños solíamos caminar campo a través en los meses de verano, en busca de esa encina centenaria que recoge en su tronco nombres de varias generaciones. Buscábamos el cobijo de su sombra y, entre juegos y meriendas, el paraje se convertía poco a poco en testimonio inquebrantable de una nueva generación. Quién sabe si allí dónde iba encontraría encinas como ésta, quién sabe si sus habitantes esconderían, con avaricia, ese paraje en dónde uno puede reencontrarse con su infancia.

Lentamente, parece que uno vaya alejándose de su niñez. Cómo cuando estos últimos años bajaba al parque y, por un momento, me plantaba estupefacto al borde del arenal dónde cinco o seis niños jugaban despreocupados. En ese breve lapso de tiempo parecía que un fondo abismo se abriera entre ellos y yo; quizás era sólo el síntoma de un sentimiento de lejanía abominable o, tal vez, el simple deseo de volver a patalear con ellos. Ahora, en ese tren, me ahogaba con tan sólo pensar que, al pisar el andén de la estación hacia donde me dirigía, no quedaría ni rastro de mi infancia o no habría forma de reencontrarme con ella, al haber dejado atrás todos esos arenales que un día me vieron patalear. Ahí sentado parecía que, esta vez, me estuviera alejando con demasiada rapidez.

Y en ese instante se me ocurrió que quizás era por esta razón que Andrés, el argentino chiflado, se embarcaba cada tres o cuatro años en un ferry dirección Buenos Aires, respondiendo a esa necesidad de reencuentro con el niño que todos llevamos dentro. Y Lorena, que me sacaba a pasear cada tarde por el viejo camino de los almendros, no olvidaba jamás pasar por delante de la escuela en dónde creció cuando emprendíamos el camino de vuelta a casa. Yo mismo me encontraba buscando, ahora, esa vieja encina centenaria, ese testimonio de mi infancia, con la intención de arrancarla con mis propias manos de la tierra en dónde estaba enraizada y llevármela conmigo.

[Arnald]

1 comentari:

Anònim ha dit...

Hola .. muchas gracias por tu visita y tu comentario en mi espacio.
Escribes muy lindo, sabes?

Con tu permiso pasaré a leerte, y te agrego a mis blogs.

La tierra ... esa que es parte de vos, y que llevas muy dentro en cada partida; que cuenta tu historia y la de los tuyos. Y de la que nunca se está demasiado lejos cuándo el corazón la evoca, la siente y la recuerda unida a la propia vida.
Te dejo un abrazo grande.
M.L