30 de setembre del 2008

Hoy, ayer y mañana

Y así, de repente, me encontré a mi mismo buscando algo que creí olvidado de hace tiempo, atónito, miraba a ambos lados persiguiendo una respuesta que no llegué a vislumbrar. Mi cuerpo, mi alma, sentían esa irrefrenable necesidad de descubrir, poco a poco, cada uno de los secretos que guardaba adentro suyo. No bastaba el encuentro casual o la estancia superficial, me alegraba escudriñar en sus ojos y ver más que un simple reflejo de los míos; sentirla sin ni siquiera rozarla y ver que no erraba, cuando lanzaba un suspiro fulgurante y su mirada se encendía como un diamante bien tallado, con vértices demasiado agudos.

Nunca dejará de sorprenderme esta asombrosa facilidad con la que el cambio constante asedia mi mente y desborda mi futuro, ayer era yo y nadie más, hoy eres tú, principalmente tú. Y en estos momentos me veo de la mano de Cortázar, cuál Horacio persiguiendo a la Maga entre la neblina que cubre las calles de París. Me lanzo a redescubrir las noches que pasamos e intuyo el deseo de un retorno necesario, de una aventura ya empezada que toma clandestinamente otra dimensión. Esta reencontrada necesidad ¡como la echaba de menos! Por sí misma sobrepasa los límites de mi propio egoísmo para adentrarse en tu pensamiento y conseguir dibujar en tus labios un esbozo de sonrisa, un beso de felicidad…

[Arnald]


28 de setembre del 2008

Siempre algo nuevo

A penas terminas y empiezas de nuevo. El clamor vital de los días, la sucesión inevitable, terminar y empezar sin parar, sin a penas nada entre medio. Ahora, inunda las calles el olor a asfalto sobrecalentado, a agua clorada y hormonas juguetonas. El sol inunda el día de claros y la piel de oscuros, las playas de toallas y las montañas de verdes. Y a todo esto es momento de dormir tendido en la hierba, quizás abrazado a un cuerpo desnudo, o bien, envuelto en un manto de estrellas que aprovechan este paréntesis nocturno, ésta nostalgia inevitablemente oscura, para mostrar su desnudez extrema.

Contienes la respiración, atrapas un segundo en una imagen volátil, el sol en el horizonte planta destellos anaranjados en un cielo extrañamente despejado; todo parece estar puesto y dispuesto para que tu lo observes, te encantes y sientas el vacío más absoluto de tu existencia, temporal, excesivamente breve ante la belleza de un ocaso estival. Un punto difuminado en el infinito, una pieza minúscula en el puzzle cósmico, un grano de arena perdido, sin más, en la inmensidad oceánica.

Piensas y, sin querer, fabricas un mundo; miras extrañadamente a un vagabundo que conoce el secreto de la felicidad de la nada, bajo una mirada esquiva, te observa inmutable, por momentos parece que ni siquiera respire. Escapas rápidamente. Sabes que no podrías responder ni siquiera una de sus preguntas. Y silbas la última melodía que escuchaste ayer noche, quizás un jazz, quizás un acordeón acompañado de un saxo y algo de percusión. Vacías la mente. Descartas la idea de dar continuidad a lo que necesitas o, vete a saber porqué, a lo que rehuyes descaradamente aún sabiendo que lo deseas.

Sientes un escalofrío mudo en una mirada incisiva, brutal. Lees las palabras escritas en una boca cerrada, entreabres los ojos y decides acercarte, con disimulo y descaro. Ya lo sabes, conoces muy bien el destino, sobran los minutos. Una mirada abre un mundo, o lo cierra. Descubrir cada vez algo conocido que, sin embargo, oculta una diferencia entrañablemente bella, un intercambio distinto, un nuevo perfume. I el silencio borra las huellas o, quizás, bien al contrario, agita sin temor el recuerdo de unos ojos enturbiados de alcohol y una sonrisa naciente al fin de una noche, jamás renuncias a volver a ver la luna ponerse tras la montaña, desde la cala o desde la ventana.

Y a la mañana siguiente despiertas, empiezas de nuevo: sucesión inevitable.

Irse, buscando algo que quizás es nada o, tal vez, todo. Atropellar el aleteo monótono de una mariposa, detener las alas, descansar y volar más alto. Sonreír y alejarte de aquello que creías inevitablemente cíclico. Recordar u olvidar, selección básica, subconsciente, ¿que más da? El presente rehuye al pasado, la felicidad también, siempre algo nuevo que te mantenga despierto. Sonríes y buscas cuánto esté a tu alcance para ello.

[Arnald]


20 de setembre del 2008

La torre

Miras con recelo todo aquello que salga a tu encuentro; no vaya a ser que, por una de esas cuestiones que uno atribuye normalmente al azar, tropieces con el pasado, con algún recuerdo que creíste olvidado o arrinconado, y la lágrima asalte con desquicio al párpado y la mejilla.

Comprendes, poco a poco, que la vida esta hecha de instantes minúsculos amontonados uno encima de otro, una torre que crece sin remedio a base de adoquines grabados con versos, voces e imágenes. Y no puedes prescindir de ninguno ellos, indisociablemente unidos, te pertenecen y de ti depende saber ordenarlos y guardarlos donde convenga; pero no abocarlos, olvidar es renunciar a ellos y a su vez, abrir una profunda brecha en el sino de tu tiempo y de tu vida. Me fascina hacer congeniar todas las inconsistencias que me preceden, a veces basta con un poco de astucia, otras requieren humor y tiempo, pero al final todo encaja y, aunque sinuosa y discontinua, la torre acierta a aguantarse.

Y todo esto para que al final, un día cualquiera, salgas a mi encuentro y todo vuelva a desmoronarse por el mismo punto. Ese punto que esconde tu imagen, esa extraña latencia casi pueril que me enciende de deseo y nostalgia. Imprevisible, me acecha cada vez que bordeo la esquina de cualquier calle para ir ves a saber dónde, avanzando con dificultad cuando la tarde cae en noche y no queda más, del largo día, que el cansancio y el aleteo impaciente que me impulsa a abandonar los horarios.

I así se dibuja el horizonte, eternamente, reconstruyendo el tiempo y el espacio que resbalan entre esos momentos de ósmosis ambiental, que despiertan a uno y lo lanzan con precisión a brazos de cualquiera, entre vino, sonrisas y algunas confesiones desconcertantes.

[Arnald]

4 de setembre del 2008

El trayecto

Recuerdo otra vez la profunda huella de tus ojos
esta tarde oscura y fría,
la honda quietud del paisaje partiéndose en dos
bajo el tintineo del tren sobre la vía.
No has dicho nada,
a penas una sonrisa leve y confusa,
una mueca de dolor difusa y quebrada
por la certidumbre y el desconcierto
de esa infancia que resbala fugazmente
y se te va escapando sin remedio.
Jamás esperaste tal colofón,
jamás creíste que ese trozo de papel impreso
fuera a llevarme tan lejos,
y sin más, en ese andén, llegaste a odiarme
por partir y dejar atrás el columpio,
y todos aquellos escondites nocturnos
que nos vieron crecer juntos.

[Arnald]