28 de setembre del 2008

Siempre algo nuevo

A penas terminas y empiezas de nuevo. El clamor vital de los días, la sucesión inevitable, terminar y empezar sin parar, sin a penas nada entre medio. Ahora, inunda las calles el olor a asfalto sobrecalentado, a agua clorada y hormonas juguetonas. El sol inunda el día de claros y la piel de oscuros, las playas de toallas y las montañas de verdes. Y a todo esto es momento de dormir tendido en la hierba, quizás abrazado a un cuerpo desnudo, o bien, envuelto en un manto de estrellas que aprovechan este paréntesis nocturno, ésta nostalgia inevitablemente oscura, para mostrar su desnudez extrema.

Contienes la respiración, atrapas un segundo en una imagen volátil, el sol en el horizonte planta destellos anaranjados en un cielo extrañamente despejado; todo parece estar puesto y dispuesto para que tu lo observes, te encantes y sientas el vacío más absoluto de tu existencia, temporal, excesivamente breve ante la belleza de un ocaso estival. Un punto difuminado en el infinito, una pieza minúscula en el puzzle cósmico, un grano de arena perdido, sin más, en la inmensidad oceánica.

Piensas y, sin querer, fabricas un mundo; miras extrañadamente a un vagabundo que conoce el secreto de la felicidad de la nada, bajo una mirada esquiva, te observa inmutable, por momentos parece que ni siquiera respire. Escapas rápidamente. Sabes que no podrías responder ni siquiera una de sus preguntas. Y silbas la última melodía que escuchaste ayer noche, quizás un jazz, quizás un acordeón acompañado de un saxo y algo de percusión. Vacías la mente. Descartas la idea de dar continuidad a lo que necesitas o, vete a saber porqué, a lo que rehuyes descaradamente aún sabiendo que lo deseas.

Sientes un escalofrío mudo en una mirada incisiva, brutal. Lees las palabras escritas en una boca cerrada, entreabres los ojos y decides acercarte, con disimulo y descaro. Ya lo sabes, conoces muy bien el destino, sobran los minutos. Una mirada abre un mundo, o lo cierra. Descubrir cada vez algo conocido que, sin embargo, oculta una diferencia entrañablemente bella, un intercambio distinto, un nuevo perfume. I el silencio borra las huellas o, quizás, bien al contrario, agita sin temor el recuerdo de unos ojos enturbiados de alcohol y una sonrisa naciente al fin de una noche, jamás renuncias a volver a ver la luna ponerse tras la montaña, desde la cala o desde la ventana.

Y a la mañana siguiente despiertas, empiezas de nuevo: sucesión inevitable.

Irse, buscando algo que quizás es nada o, tal vez, todo. Atropellar el aleteo monótono de una mariposa, detener las alas, descansar y volar más alto. Sonreír y alejarte de aquello que creías inevitablemente cíclico. Recordar u olvidar, selección básica, subconsciente, ¿que más da? El presente rehuye al pasado, la felicidad también, siempre algo nuevo que te mantenga despierto. Sonríes y buscas cuánto esté a tu alcance para ello.

[Arnald]