24 de febrer del 2009

Henry Miller, "Trópico de capricornio"

No hay remedio para un hombre como yo, por ser yo quien soy y el mundo lo que es. El mundo se divide en tres partes, de las cuales dos son albóndigas y espaguetis y la otra un enorme chancro sifilítico. La arrogante de la figura de estatua probablemente no se ande con rodeos para echar un polvo, debe de ser como un con anonyme revestido de hoja de oro y papel de estaño. Más allá de la desesperanza y la desilusión hay siempre la ausencia de cosas peores y los emolumentos del hastío. Nada es más asqueroso ni más vano que la alegría viva captada en plena juerga por el ojo mecánico de la época mecánica, la vida que madura en una caja negra, un negativo cosquilleando con un ácido y que revela un simulacro momentáneo de nada.
[…]
En un momento todo está claro para mí, está claro que en esta lógica no hay redención, pues la propia ciudad es la forma suprema de locura y todas y cada una de las partes, orgánicas o inorgánicas, expresión de esa misma locura. Me siento absurda y humildemente grande, no como un megalómano, sino como una espora humana, como la esponja muerta de la vida hinchada hasta la saturación. Ya no miro a los ojos de la mujer que estrecho en los brazos, sino que nado a través de ellos, cabeza, brazos y piernas, y veo que tras las cuencas de los ojos hay una región inexplorada, el mundo del futuro, ya aquí no hay lógica alguna, sólo el germinar de sucesos no interrumpidos por la noche ni por el día, por el ayer ni por el mañana. El ojo, acostumbrado a la concentración en puntos del espacio, se concentre en puntos del tiempo; el ojo ve hacia adelante y hacia atrás, como guste. El ojo que era yo del sí mismo no existe; este ojo sin yo no revela ni ilumina. Viaja por la línea del horizonte, viajero incesante e indocumentado. Al intentar conservar el cuerpo perdido, crecí en lógica como la ciudad, un punto dígito en la anatomía de la perfección. Crecí más allá de mi propia muerte, espiritualmente brillante y dura. Estaba dividido en ayeres interminables, mañanas interminables, descansando sólo en la cúspide del acontecimiento, una pared con muchas ventanas, pero la casa había desaparecido. Debo destrozar las paredes y las ventanas, el último caparazón del cuerpo perdido, si quiero reincorporarme al presente. Por eso es por lo que ya no miro a los ojos ni a través de los ojos, sino que mediante la prestidigitación de la voluntad nado a través de ojos, cabeza y brazos y piernas para explorar la curva de la visión. Veo a mi alrededor, como la madre que en otro tiempo me llevó en su seno veía a la vuelta de las esquinas del tiempo. He quebrado el mundo creado por el nacimiento y la línea del viaje es redonda y continua, uniforme como el ombligo. No hay forma, ni imagen, ni arquitectura, sólo vueltas concéntricas de pura locura. Soy la flecha de la sustancialidad del sueño. Verifico volando. Anulo dejándome caer a la tierra. Así pasan los momentos, momentos verídicos del tiempo sin espacio en que lo sé todo y sabiéndolo todo me desplomo bajo el salto del sueño sin yo.

2 comentaris:

Moco Gris ha dit...

No es Arthur Miller, sino Henry Valentine Miller.

Saludos.

arnald ha dit...

Totalmente cierto. Lapsus.

Gracias